RODRIGO EDUARDO "ICO" OTERO NOGUERA
(Santa Marta 29 de julio de 1975 - + Santa Marta 5 de agosto de 2014)
Abogado, Procurador Judicial en Asuntos Administrativos de
Santa Marta, pero sobre todas las cosas gran padre, esposo, hijo, hermano y amigo.
De Rodrigo Eduardo podríamos decir muchas cosas y tomar dos
caminos distintos pero entrecruzados al mismo tiempo; podríamos llorar y seguir
llorando la partida del amigo amado, o
también fácilmente podríamos reírnos sin parar. Así era él, amigo de sus
amigos (pero también del desconocido que lo llegase a necesitar) un hombre de
carácter, sincero, justo y servicial. Al mismo tiempo era un mamagallista
empedernido que le sacaba apuntes a cualquier tema, en eso era también un
experto.
Una amistad forjada en la infancia y la juventud es de por sí
ya difícil de olvidar; pero más aún es, si con el pasar de los años esa amistad
se añeja espirituosamente día a día como el buen vino. Eso representa Rodrigo -
el gran amigo, el amigo leal, el amigo por antonomasia. La amistad y
complicidad eran tan fuertes que para el día más importante de mi vida le pedí
sin dudarlo el honor de que fuera él, padrino
de mi boda, me abrazó y aceptó gustoso el ofrecimiento.
En los momentos de diversión y de parranda,
se le salía el vallenatólogo que llevaba por dentro, pero también disfrutaba de
la música tropical de época, sobre todo la cubana; y ni que decir de la
carnestolentica acompañado de la siempre fiel maicena. De un momento a otro se
convertía en un espécimen raro, como un hibrido entre el Rey Momo y Rambo
(producto de su paso por la Escuela Militar) y bailaba sin cesar, con esa
sonrisa que lo caracterizaba, pero al mismo tiempo parecía un agente de la CIA,
no se desconcentraba y se daba cuenta de todo lo que pasaba a su alrededor.
Entre recochas, juegos y carcajadas, novias iban y novias
venían; casi todas efímeras, no obstante algunas marcaron y fueron importantes; sin embargo Dios ya había escogido para él a su compañera de vida. Fue cuando apareció Luz Elena. Me acuerdo por allá en
los albores del 2004 que Ico me dijo: “Gordo, esta es”. Yo le creí en seguida.
Si había alguien metódico y disciplinado era él, y si se atrevió a decir esas
palabras mayores había que tomarlo en serio. Fruto de ese amor quedan sus
angelitos Juan Miguel y Victoria Otero Acuña.
Para ellos, su Luje y sus hijos, el mayor de mis aprecios y
cariño; más que una responsabilidad moral, es un honor decirles con amor que
siempre podrán contar con nosotros para lo que sea menester.
A la familia Otero Noguera, a su señor padre Pichón, su señora madre Vivian y a su hermana Bambi, les doy
gracias y los bendigo por haber forjado al hombre que se convirtió en mi amigo
del alma. Su pérdida y lágrimas las siento como mía propias. Estamos con
Ustedes siempre.
Más que un adiós, te digo hasta pronto viejo Ico; porque sé
que bajo el amparo celestial algún día nos volveremos a encontrar, y seguiremos
riéndonos de la vida, o de la muerte… Pero total seguiremos riéndonos y eso es
lo único que importa.
Espero que el día que Dios me llame, también me ocurra lo que
pasó contigo. Que el señor tocó a tu puerta, sonaron las trompetas y mientras
te dormías en sus brazos, te susurraba al oído sonriendo: “Excelente trabajo,
Rodrigo Eduardo, excelente trabajo hijo mío”.
Descansa en paz, hermano del alma