Ahora vienen las
dudas y comentarios de toda índole que tan magno suceso genera: ¿Estamos ante
un conflicto interno o no? ¿Las FARC son una fuerza beligerante o no? ¿Son
terroristas o no? ¿El Presidente Santos
lo hace por convicción o como último recurso para lanzar su reelección? ¿Negociar
con cese al fuego y de hostilidades o no?
Todas las respuestas tienen mucho de largo y de ancho, pero lo que
definitivamente siempre deberemos tener de presente, es que estamos ante una
nueva posibilidad de paz y es en este momento crucial donde la sociedad civil necesariamente
deberá arropar a las instituciones del Estado, no podemos convertirnos en
obstáculos para la consecución del tan anhelado fin.
Ahora bien, no existe una
fórmula matemática que dictamine dentro de las negociaciones de paz si es
viable o no declarar un cese al fuego y de hostilidades. En primera medida es
el propio gobierno quien no ha contemplado esa posibilidad; las fuerzas armadas
siguen en pie de lucha, los continuos y sucesivos golpes que reciben
militarmente las FARC son un factor de presión dentro de la mesa de diálogo y no se quiere atentar contra la moral de la
tropa.
Si miramos al pasado nos
encontramos con que las administraciones de Belisario Betancur y Andrés
Pastrana adelantaron procesos fallidos de negociación con este mismo grupo
guerrillero, y en donde las FARC en ambos casos salió fortalecida militarmente.
Aquí en esta nueva
oportunidad del año 2012 tendremos que pensar que la paz se orienta dando
pequeños pasos de confianza entre las partes. La paciencia y la prudencia
llevaran paulatinamente a que la confianza sea cada día más sólida en la mesa
de negociación, a eso le apuesta el Gobierno de Santos. No podemos perder
de óptica que estamos inmersos en una guerra que ha dejado demasiadas
secuelas en el alma colombiana, y en donde como bien lo dijimos, los fracasos
del pasado invitan precisamente a que reinen el pesimismo y la desconfianza.
Es por ello que se ha sido
visto con malos ojos la solicitud pretendida por las FARC de excarcelar a Simón Trinidad - preso en
Estados Unidos - para que así de esta manera participe en calidad de miembro de
la mesa de negociación. Estamos ante un deseo descabellado, pues ni quiera tal
fin se encuentra al alcance de las ramas del poder público colombiano. Esperemos
que este impase se solucione prontamente y que no sea tomado de excusa para que
la guerrilla se levante de la mesa.
Demostrado está que es
casi imposible infligirles una derrota militar definitiva a las guerrillas. En los últimos 10 años
las fuerzas armadas han asestado los más duros golpes a las FARC,
debilitándolos permanentemente, diezmando sus capacidades de reacción, dando de
baja a las vacas sagradas del secretariado, y sin embargo la guerra sigue, se perpetúa
la muerte de colombianos. La experiencia nos indica que un conflicto de
profundas raíces sociales y económicas no se acabará militarmente mientras el
caldo de cultivo siga allí latente. Podrán pasar 50 años más, pero si no
intentamos de alguna manera ser una Nación menos excluyente,
con una mejor redistribución de los factores de producción, con justicia
social, entonces no habremos dado en el tuétano del asunto y las heridas seguirán abiertas.
Ni que hablar de la reforma agraria. ¿Cuantas miles de millones
de hectáreas se encuentran estériles y sub utilizadas?
Debemos aprovechar que las
condiciones adversas que desencadenaron los fracasos del ayer son distintas a
las de hoy. Colombia ha crecido económicamente en los últimos años,
los TLCs son el pan nuestro de cada día y es menester preguntarnos si es justo
seguir desperdiciando tanta energía negativa en una guerra sin cuartel; o si por
el contrario es la oportunidad para transformar esa mala energía en
productividad, en desarrollo. Ahora los colombianos tenemos un aliado y/o un
enemigo común (depende del lado en que se vea): El mercado económico mundial.
Hay que ser claros y
contundentes en algo, aunque las FARC no lo quieran reconocer son
narcotraficantes, y han cometido a lo largo de los años actos de terrorismo, de
barbarie, por lo tanto son unos bárbaros terroristas; que en el fondo el caballito
de batalla sea la igualdad social es otro cuento, ahí es donde
debemos perseverar, y claro está, el tema del narcotráfico deberá estar
presente en la agenda de negociación.
El narcotráfico como
fuente de financiación deberá ser desmontado en su totalidad, y esta es una
oportunidad de oro para emplear a los guerrilleros en la sustitución de
cultivos con fines de cooperativismo, de trabajo asociativo, lo que en realidad
se busca es mejorarle la calidad de vida a los futuros desmovilizados.
La otra tesis estudiada en
la política de drogas es la más moderna pero minoritaria, la cual se susurra casi
con estupor: Que la lucha contra las drogas tal como estaba concebida desde la
administración de Richard Nixon, fracasó. Que es hora de cambiar el rumbo y la
legalización de ciertos narcóticos puede ser la solución. Sea cual fuere la
postura en dicho asunto, el narcotráfico deberá ser un ítem que deberá ser
tratado con cautela. No es posible improvisar, no podemos repetir los errores
de la desmovilización de las Autodefensas que hoy nos tienen en jaque con las
denominadas bandas emergentes.
Como se puede evidenciar
el factor determinante que hace posible que continúe la lucha armada es uno
solo: El narcotráfico y su injerencia a nivel mundial. Independientemente de la
denominación que ostenten, llámense Guerrillas, Bacrim o Paramilitares; todos
tejen sus hilos criminales apoyando sus operaciones en alianzas con las diferentes
organizaciones delictivas de Latinoamérica, pasando por los Carteles Mexicanos y
las Maras centroamericanas hasta llegar a la Triple Frontera (Brasil, Paraguay
y Argentina). La única manera de quitarle peones al negocio es educando,
capacitando, mejorando la salud y creando más y mejores fuentes de empleo.
Precisamente a eso deben
apuntarle los equipos negociadores de ambos bandos, por horrores tan tangibles
como lo fue el amargo cocinado que representó la fallida reforma a la
justicia (impulsada por este mismo gobierno) es que las cosas están como están, es un claro ejemplo de lo que no debe hacer la clase dirigente.
Muy seguramente se hará necesaria la creación de una nueva constitución y darle
cristiana sepultura a los retazos que siguen en pie de la Carta de 1991.
Agradecidos estamos con los Estados de Cuba y Noruega que han facilitado el camino para sentarnos nuevamente sobre una mesa de diálogo, al igual que con los pueblos de Venezuela y Chile; necesitamos del total apoyo de la comunidad internacional.
La pregunta del
millón será: ¿Está preparada la sociedad colombiana para perdonar y olvidar 50
años de muerte y miseria? ¿Dejaremos el resentimiento social a un lado, la venganza y el odio visceral? Con el corazón en la mano espero que sí.
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